Cuando me pongo a hacer esto no sé por dónde empezar. Será
que a lo mejor hay varios lugares por los que empezar, o a lo mejor uno sólo
pero todavía no lo descubro. Es que un papel puede ser el reflejo de una vida,
o el inicio de la primavera, o el agujero de todas las penas. No sé, pero por
el momento, ya empecé y creo que lo hice bien. Cómo es empezar bien a contar
todo lo malo. Sigo teniendo el impulso de hacer algo bien, aunque por dentro sienta
que está todo arruinado.
A veces pienso cosas tan feas. Pero existe una de todas esas
cosas que es la reina de las cosas feas, la más fea de todas. Porque aunque el
sufrimiento sea parte de vivir, y a veces sea la misma vida, una cree que la
lucha es la manera de obrar para mejorar. Pero qué puedo hacer cuando ya dejo
de creerlo, cuando se me evapora la última gota de optimismo, o de fuerza, o de
ganas, o de amor. La reina de las cosas feas es casi como una visión del todo,
una cosmovisión, una forma de ver el mundo… Y ahí ya estoy cagada. Ya no creo
en días buenos, ya no creo en levantarme, ya no creo en mis amores. Estoy
verdaderamente sola y lo merezco. La reina es que soy la reina de las malas, y
a las reinas malas le pasan cosas feas.
Ya no quiero ser una víctima, si es que me ponen o es que me
pongo yo en ese lugar. Ya no quiero justificar el dolor mirando para los
costados y sabiendo que el hambre, la pobreza, la marginalidad, las personas
que desaparecen, la naturaleza que se muere, los monstruos que se empoderan,
son en verdad el problema de este mundo.
Mi mamá me dio una enseñanza muy grande hace muy poco. Me
contó de una época en su familia, cuando mi hermano y yo éramos chiquitos, y mi
papá no tenía trabajo. Me dijo que nos comían los piojos, que todo era muy
tenso y agresivo, que se levantaba llorando y se acostaba llorando todos los
días, y que salía a trabajar por los cuatro. Lo único que recuerdo de mi casa
de esos tiempos es la clara imagen de mi padre estallando una copa de vidrio y
empujando a mi mamá al piso. En ese momento el monstruo empoderado, carcomido
por la vergüenza, con el orgullo dañado y el pito chico. Y ella trabajaba
limpiando otra casa de otra familia, y cuidando a otros dos hijos. Uno de ellos
era paralítico y tenía nuestra edad. Ella lo veía arrastrarse con los brazos
cuando jugaba, y lo escuchaba llamarla ‘mamá’, y entonces también nos veía a
nosotros correr cuando jugábamos, y saber que nadie más nos cuidaba como ella.
Lo que mi mamá me enseñó es a ver con el corazón, porque fuesen cuales fuesen
las críticas circunstancias, ella no podía dejar de preguntarse: “¿De qué me
quejo?”.
Eso intento poner en práctica. Mirar con el corazón y saber
que de verdad no hay tal mal, y que puedo servir a esta vida y a este mundo para
luchar con los males que son más reales, y que dañan mucho más que a mí misma.
Pero no. Y ahí es cuando me transformo en mi propia
antagonista, y la del mundo entero si es posible. Quiero ser egoísta y sentir
que mi barro es el más negro y espeso de todos. Y es que de verdad si aunque
sea por un ratito no lo siento así, no sé qué me mueve. A veces pienso que
prefiero tener algo por lo que querer morirme, a que no saber por qué mierda
sigo viva. Que prefiero estar sola y atormentada, a ilusionada en un sinfín de
personas que no me conocen. Que prefiero ser temida a ser amada. Que es mejor
sufrir la verdad que disfrutar la mentira. Morir sincera a vivir falsa.
Qué aprendí, qué enseñanza tengo?
Si elijo ser mala
Si elijo ser mala
Estoy rechazando al amor
O estoy obstruyendo el dolor
Lo peor es que no sé a quién estoy odiando
Pero si miro mi reflejo no siento odio
Quizás vergüenza
O la peor de todas, la compasión
Pero el odio
O mejor dicho, el anti-amor
Que no es odio
Lo siento por el resto
Puro resto
Todo lo que está fuera de mí
Porque para ser una reina mala tengo que quererme
Y yo me quiero
Hoy siento que no me duelo
Que el que me duele es el mundo
Y para ser reina mala tengo que tener un propósito
Qué destrucción alcanzan mis manos
El mundo
O yo?
-N***